El Puerto de las Perlas

El Puerto de las Perlas 2016. Foto: Cyntia Irady

¿Por qué soy así?

Nací en una orilla privilegiada, bordeada de agua con sal prestada de la península del norte, Araya     -así me quería nombrar mi papá-. Los uveros y almendrones aparecen por doquier refugiando al caminante del catire inclemente que además de la sombra refrescante, te regalan sus frutos comestibles. Refrescante es también ¡el jugo de tamarindo! lo consigues en abundancia por allá.
Por años miré naranjas profundos, azules intensos, conchitas que se vuelven arena y pelícanos que se posan calmados a esperar los pescadores o a descansar del sol. ¿Algunos lujos? Si, me dormía con el relajo de las olas y despertaba con el salitre en rocío; sin duda crecí en un festín marino. 

Yo en alguna casita del Puerto de las Perlas en 1989.
Foto: José B. Irady
Mira ve, en Cumaná hablamos durísimo y rapidito, así también cantamos; somos expresivos, burlistas y solidarios demás. Tenemos el Río Manzanares que endulza el día, vuelve frondosa la inspiración y al centro de la ciudad lo atraviesa. Desde San Luis hasta El Peñón cualquier vista es gloriosa pero ninguna supera a la panorámica imponente desde el Castillo San Antonio de la Eminencia, desde ahí percibes la misma vista que los españoles consiguieron para vigilar muy bien ese Puerto de las Perlas. Mi abuelo Fernando era de La Coruña, galleguísimo, callado, muy guapo. Llegó en 1951 como uno de tantos con la misma historia de ese tiempo, la huida de la guerra. Se trajo consigo la habilidad mecánica de armar y desarmar embarcaciones pero además escogió vivir tan alto como el castillo con la misma vista; hizo su casa de madera -como sus barcos- allí vivió por años con Elvia Rosa - mi abuela- que venía de la calma de El Muelle de Cariaco, divertida, cristiana, curiosa y muy noble, se encargó de lo complejo: convertir la añoranza de mi abuelo en un nuevo hogar con 4 hijos en el proceso. La suspicacia era una cualidad que, como buenos orilleros, congeniaron de inmediato. Dorotea es la mayor de sus hijos y mi mamá, nació en Cumaná como yo. Durante su adolescencia la danza contemporánea repuntó en toda Venezuela, nuestra ciudad fue pionera en el oriente y al estamparse con esa oportunidad que sentía tan suya no dudó en sumergirse aquella libertad que tanto anhelaba. Formó parte del movimiento FUNDADANZA viajó, creó coreografías, participó en festivales locales y nacionales con pasión y además la sembró en muchas niños dando clases por años. Yo hice danza desde los 6 hasta los 13 años, pero no cacé tantos ratones como mi mamá, ella sí  fue una muy buena gata en la danza y me encanta, por eso luzco sus logros con orgullo. 

Doris Díaz, mi mamá bailarina en plena acción. Cumaná 1986
Foto: Rafaelle Salvatore

En la Cumaná que viví todo quedaba cerca, de mis caminatas diarias recuerdo con alegría las gaseosas en el Bar Sport con cujíes que daban sombra, la gente parándose a refrescar el caminar, las películas en el Cine Pichincha, las tardes color Pan de Azúcar de Caigüire, las historias y poemas en los jardines de la Casa de Andrés Eloy, de quien rescato:

Regreso al mar

Siempre es el mar donde mejor se quiere,
fue siempre el mar donde mejor te quise,
al amor, como al mar, no hay quin lo alise
ni al mar, como al amor, quine lo modere.

No hay quien como a la flor familiarice 
ni quien como a la ola persevere,
ni el que mas diga en lo que vive y muere
nos dice mas de lo que el mar nos dice.

Vamos de nuevo al mar, quiero encontrarte
la hora mas azul para besarte
y el lugar mas allá para quererte

donde el agua es al par agua y abismo
en la alta mar, en donde el aire mismo
se da un aire al amor y otro a la muerte.

Andrés Eloy Blanco
- Giraluna 1930-1954-

El elixir de la vida 

Todo el estado Sucre es dicharachero por naturaleza y de sus elementos espléndidos me descubro con su música que puede ser alegre o melancólica pero siempre muy sentida, rica y peculiar. La malagueña dulce o el determinado canto de pilón de Berta Vargas me revive el sentir. Desde pequeña escuchaba a la gran María Rodriguez en la radio local, también en el tocadiscos de la casa o en alguna plaza en concierto acompañada de Morocho Fuentes y Domelis Rodriguez pa’ arriba y pa’ abajo; en las voces masculinas figuran en mi memoria Hernán Marín y Willy Tango pero también hubo mucha presencia en casa del canto arrebata’o andalúz: el flamenco a través de mi mamá que lo cantaba -a su manera- y bailaba chasqueando de vez en cuando unas castañuelas que le trajo de regalo un pariente gallego de mi abuelo Fernando. 

Jesús “Pachú” Velasquez me enseñó en la estudiantina del Colegio Santo Ángel cuatro y mandolina con ritmos propios de ese oriente nuestro, también aprendí sobre el mare-mare en su expresión mixta: música y danza. En Mayo se le cantaba a la Cruz a mi mente se viene el altar en escalera, las ofrendas al madero y el versar acompañando de guitarra, cuatro y mandolina, lento, con repetición de voces en colectivo al final de cada décima. De versar sublime es Paula Núñez quien por Golindano mantiene latente esta tradición. 

Aunque Cumanés no era, José Julian Villafranca el “Trigueño" llegó al Puerto de las Perlas a cantar con el Quinteto Montes frente a la iglesia Santa Inés, yo sentada en las escalinatas lo recuerdo clarito, aunque no fue hasta pasados mis 20 años que pude conocerlo personalmente, ¡qué dicha! pues sin duda es de los personajes más valiosos del valle de Cumanacoa, poeta, cantador, compositor, músico, actor; un cultor sensible y esmerado en resaltar y rescatar la idiosincrasia de su localidad; se nos fue hace pocos días pero nos deja su alegría vuelta canción. De sus composiciones El Pintor es mi favorita, jamás estará fuera de mi canto y mi recuerdo. ¡Gracias por tanto Trigueño!. También del valle de Cumanacoa es Antolina Martell autora de la pintura que les dejo acá abajo, en la que muy bien detalla la iglesia Santa Inés de Cumaná y sus escalinatas con historias; pertenece a su colección: Memoria Gráfica de Cumaná y lleva por nombre "El Diablo y sus Amigos", el diablo Luis Del Valle Hurtado en quien encarnaba Lucifer cada vez que tiznaba su rostro y se apropiaba de su indumentaria, para fortuna siempre lo salvaba San Miguel Arcangel pues a fin de cuentas y como el bien decía, era un hombre de buena vida y buena sangre. Entre sus amigos, salgo yo pintadita, busca bien y me encuentras acompañada de mi madrina Normal Gonzalez, mi papá José Benito y mi madre Dorotea de bailarina.

"El Diablo y sus Amigos". Colección: Memoria Gráfica de Cumaná.
Autor: Antolina Martell

La diferencia como norma

Crecí en un ambiente donde las diferencias no eran problema: mis padres no estudiaron carreras formales, forjaron sus ocupaciones desde lo empírico pero con empeño; mis abuelos eran de la provincia pero de distintos países por ende en la mesa podría haber sardinas frescas con casabe o tortilla española sin colocar a alguna por encima de la otra; no me impusieron religiones y quedaba libre la opción de crear rituales de vida que siempre fueron bienvenidos y respetados -yo decidí incluir además de papas, cebolla y huevos, plátano frito a mis tortillas-; así que cuando salí del Puerto de las Perlas iba preparada -sin saberlo- para andar como pez en el agua entre diferencias. Conocí  formas que se mezclaron a las mías, me desprendí de otras tantas, pero estar parada desde una montaña distinta me hizo apreciar con mayor detalle la fortuna del terruño de mis inicios. Añoro mi patio: la playa, a mi mami bailarina y la algarabía por las calles en el centro, pero también me encanta contagiar esas vivencias a través de la música; es por eso que me fundo en ella mientras regreso.


Yo en el mostrador de la cocina de El Almendrón, San Antonio del Golfo. Sucre. 2016.
Foto: Rafaelle Salvatore








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